La isla mínima: laberintos acuáticos

Por Samuel García

Hay películas con las que uno puede llegar a implicarse personalmente por multitud de razones. Puede ser porque en dicho film actúe alguien a quien conozcas personalmente, porque hayas trabajado en él como extra, porque trate un tema particular que te apasione especialmente o incluso porque transcurra en una localización en la que pasaste parte de tu vida.

Yo tuve la suerte de recibir clases por parte de Alberto Rodríguez en un momento clave de su vida. Había pasado de dirigir una pequeña y simpática película entre amigos (El factor Pilgrim) a ganarse parte del favor del público gracias a su conmovedora y realista 7 vírgenes, tras pasar por la también minoritaria y simpática El Traje. De ahí experimentó el fracaso absoluto con After, una historia amarga, de treintañeros tardíos que se resisten a aceptar lo que una vida adulta llena de responsabilidades quiere imponerles. Fue tras ese momento, tras verse obligado a trabajar para la maquinaria televisiva dirigiendo capítulos de la serie Hispania y así pagar facturas y adelantos para su siguiente proyecto cuando lo conocí. Lo conocí dando los últimos retoques a la obra que marcaría el inicio de su maduración autoral, en los últimos compases antes de dar a luz a la excelente Grupo 7, un thriller enmarcado en los años previos de la Expo92 de Sevilla y que seguía a una pequeña división de policías encargados de limpiar las calles del centro sevillano para que todo quedase bonito antes del gran evento.

Con la siguiente película, las dotes de director de Alberto Rodríguez se sublimaron al igual que las de su guionista de confianza Rafael Cobos, con el que escribe sus últimas películas. Esta vez, Rodríguez nos vuelve a trasladar a una época incómoda y olvidada, a una zona de España mágica, perturbadora y desconocida. El paisaje de las marismas de Huelva sirve de metáfora perfecta para la convulsa época que se retrata, la España de los primeros años 80, inmersa en el proceso de transición tiene su perfecto equivalente en ese laberinto hipnótico de canales, cenagales y campos a medio inundar que rodean la localidad deIsla Mayor.

El paisaje de las marismas de Huelva sirve de metáfora perfecta para la convulsa época que se retrata, la España de los primeros años 80

La pareja de policías enviados desde Madrid para investigar las desapariciones de chicas de la zona están perfectamente interpretados por Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo: la vieja y la nueva España, el conservadurismo y el aperturismo. Uno ya podrido y corrupto y el otro optimista y limpio libran una dura batalla no sólo por resolver el caso, sino también por ver qué personalidad es más fuerte y quien impone su criterio. Un ejercicio de dobles lecturas que solo puede ser alabado a poco que se rasque un poco sobre su superficie.

Rodríguez nos entrega con La Isla Mínima un thriller que si se lo mira superficialmente es un competente ejercicio de estilo y suspense, rodado con una elegancia fuera de toda duda y con un reparto de actores entregados a la causa. Pero cualquiera que sepa interpretar las dobles lecturas, los juegos de miradas, las metáforas y analogías con la situación de la época se encontrará ante el que sin duda es uno de los nuevos clásicos instantáneos del cine español contemporáneo al que quizá, y sólo quizá, podría encontrarse una pega y es lo abrupto de su final. Pero incluso ahí tiene su razón de ser puesto que no todo en esta vida puede o merece ser explicado.