¡Gracias!

Woody Allen, en una fantástica película titulada Medianoche en París, decía que “el pasado siempre es peligroso”. No le faltaba razón. Aferrarse al pasado solo mantiene abiertas las heridas que, por naturaleza, deberían sanar con el tiempo. Sin embargo, la nostalgia y el recuerdo permiten conservar la ternura, rememorar ciertas sensaciones y revivir mental y temporalmente determinadas emociones.

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Cristina ha sido siempre una persona en presente continuo, de las que miran atrás solo para ver cómo mejorar lo que acontecía ante sus ojos. Sin reproches, sin lamentos, sin malas palabras. Su mayor conquista vital ha sido vivir como ha querido, sin tener que justificarse, siendo ella misma. Y hacerlo, además, sin miedo, con esperanza y con seguridad. Con todo esto no es de extrañar que tras su muerte, más allá del drama y el duelo, se haya festejado su propia vida, esa que amaba sin límites y sin condiciones.

Amurallar el propio sentimiento supone el riesgo de que este nos devore desde el interior. La nostalgia, en cambio, tiene la capacidad de pasear, a través de un plano cenital y sin inmiscuirse demasiado, en el pasado y regresar, cuando se le antoje, al tiempo presente. La añoranza parece la receta perfecta para colocar a los seres queridos en el compartimento ideal de nuestros recuerdos, pudiéndolos traer tantas veces como queramos pero sin hacer de ellos una barrera imposible de sortear.

Cristina ha sido ilusión y paciencia, sinónimo de lucha activa, de inconformismo y haciendo bueno el dicho de que exite una fuerza más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica y esa es la voluntad.

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Sus fotos, como esta que ilustra este recuerdo, aportan calma y quietud y marcan, casi sin querer, una línea de actuación. Cristina es una especie de referencia, de libro de estilo que ayuda a quienes la han conocido a encontrar el equilibrio cuando parece que la tormenta arrecia.

Por todo esto, nadie puede culpar a quienes prefieren recordarla con una sonrisa. No sería justo revivir los mejores momentos de ella entre lágrimas porque, sin desearlo, la estaríamos traicionando. Siempre dejó bien claro que le importaba mucho más la vida de los años que los años de la vida. Su sonrisa, sus consejos, su cariño, su bondad, su cercanía, su compañerismo y sus palabras de aliento han sido y serán un bálsamo contra la desesperanza y una voz autorizada en la lucha por mejorar algo tan básico pero tan necesario como la calidad humana.

A ti te debemos, Cristina, estos años de trabajo, de innumerables experiencias y de placidez emocional y profesional. A ti, Cris, que tanto te debemos. Tus compañeros/as.